“¡Sea crucificado!” (Mt 27.22). Eso fue lo que los líderes religiosos de Israel exigieron que los romanos hicieran con Jesucristo, pues la crucifixión era la peor muerte imaginable.

Fue una práctica que se originó con los bárbaros siglos antes y fue transmitida a los persas, griegos y, finalmente, a los romanos, que la refinaron para hacer sufrir más a la víctima. Los líderes judíos demandaron que Cristo fuese ejecutado para deshacerse de Él de una vez por todas. Lo cual continúa siendo el deseo de muchos, pues no quieren tener nada que ver con Cristo. Pero quienes lo conocemos y amamos, deseamos que sepan que el Señor vino a salvar a los pecadores.

Cuando Jesucristo se dio a conocer como un predicador que proclamaba un nuevo mensaje, los líderes religiosos de su época lo odiaron por perturbar su sistema religioso. No aprobaban lo que enseñaba y temían perder el control que tenían sobre las personas. Sin embargo, la cruz en la que pidieron que muriera vino a ser el medio por el cual se ofrecería salvación a todos los que creyeran en Él.

Corintios 1.18, 22-24 contrasta dos perspectivas diferentes de la cruz: la de los que se pierden y la de los que se salvan. “Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios… Porque los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura; más para los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios”.

El mensaje de Jesucristo era diferente al de los líderes judíos porque ofrecía una vida nueva.

Le dijo a Nicodemo, quien era fariseo y maestro en Israel, que nadie puede ver el reino de Dios si no nace de nuevo en el Espíritu (Jn 3.3). En el Sermón del monte, Jesucristo describió el estilo de vida que agrada a Dios, el cual difiere del que enseñaban los fariseos. Incluyó amar a los enemigos, perdonar las ofensas y confiar en que nuestro Padre celestial proveerá para nuestras necesidades.

Además, el Señor hizo milagros que enojaron a los religiosos. Sanó enfermos y revivió muertos. La multitud que le seguía aumentaba; pero, a pesar de la evidencia de su deidad, los líderes religiosos se volvieron contra Él y usaron la autoridad que tenían para llevarlo a la muerte. Les enojaba el que afirmara ser el Hijo de Dios y el único camino a la salvación.

Aunque quizás nos preguntemos cómo alguien podría sentir esa clase de hostilidad hacia Cristo, muchas personas hoy en día aborrecen el escuchar su nombre, pues el mismo representa el camino angosto a la salvación. Están dispuestos a mencionar a Dios, pues toda religión cuenta con algún dios; pero el hecho de que Cristo afirmara que solo Él era el camino a Dios les ofende.

Lo que creemos acerca de Jesucristo es vital.

La Biblia declara que Cristo es el unigénito Hijo de Dios. Su venida fue anunciada por los profetas del Antiguo Testamento como la que liberaría a las personas de sus pecados y rebeliones contra Dios. Sin embargo, esta creencia ha venido a ser poco popular en nuestros días, pues amenaza a una sociedad que desea ser libre de hacer lo que le plazca. Se ofenden contra cualquiera, en especial cuando un creyente les dice cómo deben vivir. Y mientras más el creyente obedece, adora y sirve a Cristo, más incómodos se sienten a su lado.

La muerte vicaria de Jesucristo en la cruz es el corazón del cristianismo.

Morir como nuestro substituto fue la razón principal por la cual el Hijo de Dios vino al mundo. Como es Dios y llevó una vida perfecta, era el único que podía pagar por los pecados de la humanidad. Por eso nació de una virgen, para ser humano y morir en la cruz por nosotros. Dios- Padre depositó nuestros pecados sobre su Hijo, quien sufrió la ira que merecíamos. Sin su muerte expiatoria no habría salvación, y todos moriríamos en nuestros pecados padeciendo la ira de Dios por toda la eternidad.

Así como Jesucristo es el único substituto, también es el único camino a la salvación.

  • El Señor lo afirmó al decir: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Jn 14.6). No hay otra manera en la que podamos ser perdonados y reconciliados con Dios, sino solo por medio de la muerte expiatoria de Cristo en la cruz. Todos los que creen en Él como Señor y Salvador son perdonados de sus pecados y son hechos dignos ante Dios.
  • Pablo también declaró que Jesucristo es el único camino. En Romanos 5.8-10 se describe de una manera maravillosa: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira. Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida”.
  • Pedro proclamó a Jesucristo como el único camino. Al defender el evangelio ante los líderes hostiles del Sanedrín judío, dijo: “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hch 4.12).

Aunque como cristianos seamos acusados de tener una mente estrecha, debemos mantenernos firmes y aferrarnos a la verdad de la Biblia, la cual nos dice cómo ser salvos. Seremos criticados, pero no debemos avergonzarnos del evangelio de Jesucristo.

Y además, debemos ser valientes al proclamar la salvación por medio de Cristo. Todas las personas necesitan saber que: “de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna” (Jn 3.16). Todos los que confían en que la muerte de Jesucristo saldó la deuda de sus pecados y rinden su vida ante Él, pueden estar convencidos de que sus nombres han sido escritos en el Libro de la Vida del Cordero y que pasarán la eternidad en el Cielo.

FUENTE: Gracias Pastor Charles Stanley por sus enseñanzas.

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