Jesús declara su divinidad ante sus acusadores: el “YO SOY” eterno que reina con poder y vendrá en gloria triunfante.
Jesús declara su divinidad ante sus acusadores: el “YO SOY” eterno que reina con poder y vendrá en gloria triunfante.
Amado pueblo de Dios, escuche con atención esta Palabra:
Mateo 22:41-46 «Y estando juntos los fariseos, Jesús les preguntó, diciendo: ¿Qué pensáis del Cristo? ¿De quién es hijo? Le dijeron: De David. Él les dijo: ¿Pues cómo David en el Espíritu le llama Señor, diciendo: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, Hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies? Pues si David le llama Señor, ¿cómo es su hijo? 46Y nadie le podía responder palabra; ni osó alguno desde aquel día preguntarle más.»
Aqui, Jesús confronta a los fariseos con una pregunta que los dejó sin respuesta: “¿Qué pensáis del Cristo? ¿De quién es hijo?” Ellos respondieron: “De David”.
Entonces Jesús les dijo: “Pues ¿cómo David en el Espíritu le llama Señor, diciendo: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies?”
Los sabios, los eruditos, los religiosos, los que creían tener las respuestas… quedaron en silencio. ¡Nadie pudo responder! ¿Por qué? Porque delante del **Señorío absoluto de Jesucristo, las bocas de los hombres se cierran y toda rodilla tiene que doblarse!
Escúchame bien: Jesús no es solo un maestro, no es solo un profeta, no es solo un descendiente de David. ¡Él es el Hijo del Dios viviente! ¡Él es el Señor de la gloria! ¡Él es el Alfa y la Omega! Cuando David lo vio en el Espíritu, lo reconoció como Señor, como aquel que reina sobre todo poder y toda potestad.
Hoy yo vengo a decirte con autoridad: ¡Jesucristo no compite con nadie! ¡Él gobierna! ¡Él reina! ¡Él es el Señor sobre tu vida, sobre tu casa, sobre tu nación y sobre toda la creación!
Y escúchalo bien: cuando Cristo se sienta a la diestra del Padre, los enemigos no gobiernan… ¡quedan debajo de sus pies!
🕊️ La enfermedad está debajo de sus pies.
🕊️ La depresión está debajo de sus pies.
🕊️ La escasez, la opresión, la oscuridad, ¡todo espíritu contrario a Dios está debajo de sus pies!
¡Y si Cristo está en ti, esos enemigos también están bajo tus pies! ¡Gloria a Dios!
¡Basta ya de vivir como si el enemigo tuviera la última palabra! ¡Basta ya de temer a lo que ya ha sido vencido en la cruz! Jesús es más que hijo de David. ¡Él es el Señor eterno, el Rey invencible, el León de Judá que nunca pierde batallas!
Hoy el Espíritu Santo te dice: “Deja de explicar a Cristo con razonamientos humanos y ríndete a Su señorío con fe y fuego en el corazón.”
Porque cuando reconoces que Jesús es más que una doctrina, más que un personaje histórico, más que un descendiente terrenal… y lo proclamas como Señor de tu vida, entonces los cielos se abren y Su gloria se manifiesta.
¡Levántate hoy en esa autoridad!
¡Proclama en tu casa, en tu familia, en tu ciudad: JESÚS ES SEÑOR!
¡Y todo enemigo, toda oposición, toda voz contraria caerá en silencio ante la majestad del Cristo vivo!
Aleluya… ¡Ese es el poder del evangelio.
OREMOS: “Señor Jesús, hoy confesamos con poder que Tú no eres solo hijo de David, ¡Tú eres el Señor de señores y Rey de reyes! Declaramos que todo enemigo, toda enfermedad, toda opresión y toda tiniebla está bajo Tus pies y bajo los nuestros en Tu Nombre. Hoy me levanto en la autoridad de Tu victoria, proclamo que en mi casa, en mi vida y en mi nación, ¡Jesús es el Señor! Amén y amén.
Mateo 12:9-14 «Y he aquí, había allí uno que tenía seca una mano. Y preguntaron a Jesús, para poder acusarle: ¿Es lícito sanar en el día de reposo? Entonces él les dijo: ¿Qué hombre habrá de vosotros que tenga una oveja, y si ésta cayere en un hoyo en día de reposo, no le eche mano y la levante?Pues, ¿cuánto más vale un hombre que una oveja? Por consiguiente, es lícito hacer el bien en los días de reposo. Entonces dijo a aquel hombre: Extiende tu mano. Y él la extendió, y le fue restaurada sana como la otra.»
No es casualidad que estés oyendo este mensaje. No es coincidencia que justo ahora, en medio de tu dolor, de tu parálisis, de tu sequedad… ¡Jesús ha venido a tu encuentro!
Había en la sinagoga un hombre con la mano seca. ¡Una parte de él ya no vivía! Representa a muchos en este tiempo…
Corazones secos… ministerios paralizados… sueños enterrados… matrimonios rotos…
¡Pero Jesús no pasó de largo! ¡Jesús no ignoró su condición!
Mientras los religiosos estaban más enfocados en la ley, en la crítica, en los tecnicismos del sábado…
Jesús estaba enfocado en la restauración, en la vida, en el poder del Reino.
¡Y hoy el Reino ha venido sobre ti!
¡Escucha bien! No importa quién te haya señalado. No importa quién te haya descartado.
Los religiosos estaban allí… no para ayudar, sino para atrapar…
Pero cuando Jesús está presente, no hay trampa que prospere, no hay argumento que resista.
Jesús le dice al hombre: «¡Extiende tu mano!»
¡Qué palabra tan poderosa!
Porque esa es justamente la parte que él no podía mover.
¡Lo que estaba seco, lo que estaba muerto, lo que era imposible!
Pero cuando la voz del Hijo de Dios se oye, el poder creativo de Dios se desata.
No fue solo una orden… fue una impartición de vida.
¡La palabra misma contenía la fuerza para obedecerla!
Y hoy, en el Nombre de Jesús, yo te hablo a ti, en el poder del Espíritu Santo:
¡Extiende tu mano!
Extiende lo que quedó paralizado.
Extiende tu fe.
Extiende tu esperanza.
Extiende tu obediencia.
¡Aunque parezca imposible, obedécelo por la fe!
¡Y verás cómo lo seco se vuelve fértil!
¡Verás cómo lo muerto resucita!
¡Verás cómo lo que era tu vergüenza se vuelve tu testimonio!
El enemigo siempre buscará acusar cuando Dios quiere restaurar.
Pero hoy tú decides: ¿Vas a quedarte en la sinagoga seco? ¿O vas a levantarte en fe y extender lo que ya dabas por perdido?
Porque cuando el fuego del Espíritu Santo toca lo seco, eso se prende en llamas de propósito, de poder, de milagros.
Hoy te digo en el nombre de Jesús:
¡Extiende tu mano!
¡Extiende tu llamado!
¡Extiende tu adoración!
¡Extiende tu confianza!
¡Porque este es el día del milagro!
¡Este es el día de tu restauración!
¡Este es el día en que el Hijo del Hombre se detuvo en tu casa… para devolverte lo que el enemigo te quitó!
¡Levántate! ¡No temas! ¡Obedece!
Y verás la gloria de Dios en tu vida. ¡Amén!
OREMOS: «Padre amado, en el nombre poderoso de Jesús, hoy recibo tu palabra. Declaro que lo que estaba seco en mi vida recibe aliento del Espíritu Santo. Señor, yo extiendo mi mano, extiendo mi fe, extiendo mi obediencia. Rompo toda acusación y toda parálisis espiritual. Declaro restauración, sanidad y vida abundante sobre mí y mi casa. ¡Hoy es mi día de milagro! ¡Hoy tu gloria se manifiesta! En el nombre de Jesús… ¡Amén y amén!»
En esta hora quiero que meditemos en una escena que revela no solo el poder de nuestro Señor Jesucristo, sino también la condición del corazón humano frente a la tormenta.
MATEO 8: 23-27 “ Y entrando él en la barca, sus discípulos le siguieron. 24Y he aquí que se levantó en el mar una tempestad tan grande que las olas cubrían la barca; pero él dormía. 25Y vinieron sus discípulos y le despertaron, diciendo: ¡Señor, sálvanos, que perecemos! 26Él les dijo: ¿Por qué teméis, hombres de poca fe? Entonces, levantándose, reprendió a los vientos y al mar; y se hizo grande bonanza. 27Y los hombres se maravillaron, diciendo: ¿Qué hombre es este, que aun los vientos y el mar le obedecen?
Nos dice esta Palabra que Jesús subió a una barca… y sus discípulos le siguieron. Ellos no estaban fuera de la voluntad de Dios. Estaban siguiendo a Cristo, y aún así… la tormenta los alcanzó.
¡Cuántos creen que seguir a Jesús es garantía de ausencia de tormentas! Pero la Palabra nos enseña otra cosa. A veces es precisamente cuando seguimos a Cristo que los vientos se levantan, que las olas golpean con furia, que la oscuridad nos envuelve. Porque es en medio de la tormenta donde la fe se revela y el poder de Cristo se manifiesta.
La Escritura dice que “las olas cubrían la barca… pero Él dormía”. Cristo dormía. No porque no le importara. No porque no viera. Dormía, porque sabía quién era. Dormía, porque el Padre estaba con Él. Dormía, porque no hay tormenta que pueda hundir al que camina en la voluntad del Cielo.
Y vinieron los discípulos con temor, con ansiedad, con desesperación… como muchos hoy. Gritando: “¡Señor, sálvanos, que perecemos!” — ¡Qué clamor tan humano! ¡Qué súplica tan sincera! Pero escuche la respuesta del Maestro: “¿Por qué teméis, hombres de poca fe?”
¡Oh, cuánto nos revela esta pregunta! El problema no era la tormenta. El problema era la fe. Porque la fe no depende de lo que vemos. La fe no se construye en la calma. La fe se fortalece cuando todo parece perdido y aún así confiamos en Él.
Entonces, Jesús se levanta, Y reprende a los vientos y al mar. Y dice la Palabra que se hizo grande bonanza. No solo se calmó el viento. ¡Se hizo bonanza! Paz. Silencio. Calma sobrenatural. Y todos se maravillaron y dijeron:
“¿Qué hombre es este, que aun los vientos y el mar le obedecen?”
!Escúchame bien! Este no es un hombre cualquiera. Este no es un profeta más. Este es el Hijo del Dios Altísimo, el Verbo hecho carne, el Señor sobre la tormenta, el que tiene poder en su voz, el que habla y la creación obedece, el que reina sobre el caos y trae orden donde todo era confusión.
Hoy vengo a decirte, no temas la tormenta. Si Cristo está en tu barca, aunque parezca que duerme, no está ausente. Él reina. Él ve. Él actúa. Y en el momento preciso, Él se levantará y reprenderá el viento, y traerá paz a tu alma.
Confía. No porque veas la calma, sino porque Él está contigo.
• Si tú huyes de la tormenta, nunca verás su poder.
• Pero si tú permaneces con Cristo, verás su autoridad desatarse como nunca antes.
• La tormenta puede romper tu lógica…
• Pero también puede revelarte la dimensión del Reino que no conocías.
¡Levántate, hoy gente de Dios! No temas al viento. No mires las olas. Mira al Cristo que gobierna sobre todo. Porque si Él está en tu barca, no importa cuán grande sea la tormenta, su presencia es garantía de victoria.
OREMOS: Señor Jesús, hoy despierto mi fe en Ti. Aunque los vientos rugen y las olas golpean, sé que Tú estás en mi barca. Reprende toda tormenta que se ha levantado contra mi vida. Declaro que Tú gobiernas sobre el caos, y que una gran bonanza viene en Tu nombre. ¡No temeré, porque Tú eres el Dios que calma el mar y sostiene mi destino!