Categoría: Salvación

EL VERDADERO SIGNIFICADO DE LA SEMANA SANTA Y LA CRUCIFIXIÓN DE JESÚS

Este es un tiempo especial para reflexionar sobre la mayor muestra de amor y reconciliación que el mundo haya conocido: la venida de Dios mismo en la persona de Jesucristo, quién dio su vida por nosotros en la cruz.

Mateo 27: 32-51Cuando salían, hallaron a un hombre de Cirene que se llamaba Simón; a este obligaron a que llevase la cruz. 33Y cuando llegaron a un lugar llamado Gólgota, que significa: Lugar de la Calavera, 34le dieron a beber vinagre mezclado con hiel; pero después de haberlo probado, no quiso beberlo. 35Cuando le hubieron crucificado, repartieron entre sí sus vestidos, echando suertes, para que se cumpliese lo dicho por el profeta: Partieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes. 36Y sentados le guardaban allí. 37Y pusieron sobre su cabeza su causa escrita: ESTE ES JESÚS, EL REY DE LOS JUDÍOS. 38Entonces crucificaron con él a dos ladrones, uno a la derecha, y otro a la izquierda. 39Y los que pasaban le injuriaban, meneando la cabeza, 40y diciendo: Tú que derribas el templo, y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, desciende de la cruz. 41De esta manera también los principales sacerdotes, escarneciéndole con los escribas y los fariseos y los ancianos, decían: 42A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar; si es el Rey de Israel, descienda ahora de la cruz, y creeremos en él. 43Confió en Dios; líbrele ahora si le quiere; porque ha dicho: Soy Hijo de Dios. 44Lo mismo le injuriaban también los ladrones que estaban crucificados con él. 45Y desde la hora sexta hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena. 46Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? 47Algunos de los que estaban allí decían, al oírlo: A Elías llama este. 48Y al instante, corriendo uno de ellos, tomó una esponja, y la empapó de vinagre, y poniéndola en una caña, le dio a beber. 49Pero los otros decían: Deja, veamos si viene Elías a librarle. 50Mas Jesús, habiendo otra vez clamado a gran voz, entregó el espíritu. 51Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; y la tierra tembló, y las rocas se partieron;»

No traigo palabras simples, sino la verdad del Evangelio, la fuerza de la fe y el poder de la redención. Ésta es la historia más sagrada, una narrativa que trasciende el tiempo, la historia de un hombre llamado Jesús, quien cargó con el peso del mundo sobre sus hombros.

Es una realidad que trasciende las eras, porque es en ese momento, en esa cruz, que Jesús llevaba nuestros pecados, nuestros dolores, nuestras enfermedades.

Jesús Cristo no vino como un rey majestuoso rodeado de riquezas y poder terrenal. No!, vino como un humilde siervo, nacido en un establo, criado en un pueblo insignificante. Vivió entre los pobres, los pecadores, los marginados. ¿No nos enseña esto que el amor de Dios no conoce límites ni prejuicios?

Y entonces, en el momento supremo de su sacrificio, Jesús no se apartó. Soportó el sufrimiento, la humillación, la agonía de la cruz por amor a nosotros. ¡Qué profunda muestra de amor y reconciliación! Él, quien no conoció pecado, se hizo pecado por nosotros para que pudiéramos ser hechos justicia de Dios en él.

Y mientras el mundo se mofaba de Él, Jesús oraba por aquellos que le crucificaban, con un profundo amor. Él, quien tenía el poder de derribar legiones de ángeles, permaneció allí por nosotros, por ti y por mí.

Llegó entonces el momento más oscuro, cuando el sol se ocultó y la tierra tembló. En ese instante, Jesús clamó con voz potente: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» Y con profunda angustia exclama ese grito, y es allí, en ese sacrificio supremo que encontramos nuestra redención.

Asimismo, en un acto divino, el velo del templo se rasgó en dos, simbolizando el fin de la separación entre Dios y la humanidad. La muerte de Cristo nos abrió el camino hacia la vida eterna, hacia la reconciliación con nuestro Creador.

Por lo tanto, la celebración de Semana Santa, se trata de la muerte del Hijo de Dios, quién vino en la persona de Jesucristo. Se trata de la paga de nuestros pecados, se trata de que Dios siendo justo, dijera: «Ésta es la pena, la paga es la muerte». Y que Dios en su amor dijera: «Pagaré la pena, en la muerte de mi Hijo». Asi que, Dios mando a su Hijo a morir por nuestros pecados para que no tuviéramos que morir eternamente y estar separados de Él por toda la eternidad.

Mire bien lo que voy a decirle: Nuestro futuro esta fijo si hoy acepta a Jesús si su nombre esta inscrito en el Libro de la Vida del Cordero de Dios, si ha aceptado a Jesús como su Salvador.

JUAN 3:16 » 16Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.

Señores, la cruz es el momento más crucial de la historia humana, y nada se iguala. Nada puede hacer lo que Jesús hizo, morir por nuestros pecados. Él fue a la cruz y pagó nuestra deuda de pecado para que tuvieramos la vida eterna.

Si esto es cierto, has aceptado a Jesús como tu Salvador?. Me refiero a que si ha aceptado a Jesucristo como el Hijo Unigénito de Dios, quien fue a la cruz, quien perdona nuestros pecados por completo y nos regala el don de la vida eterna.

Sino lo has hecho, quiero invitarte a hacerlo con una simple oración. Repite conmigo en voz alta: «Padre celestial, Dios mio, vengo delante de Tú presencia a pedirte que me perdones todos mis pecados, me arrepiento de ellos. Ven a morar a mi corazón. Hoy hago un nuevo pacto contigo para que seas mi Señor y Salvador. Inscríbeme en el Libro de la Vida. Y el día de mi último aliento me recibas en tu presencia. Amén.»

Ante ésta realidad, ¿cómo podemos responder como cristianos? ¿Cómo podemos vivir nuestras vidas en vista del sacrificio de Cristo?

Primero, debemos vivir vidas de gratitud. Cada día que respiramos, cada bendición que recibimos, es un regalo de Dios a través del sacrificio de su Hijo. No permitamos que un solo día pase sin agradecerle por su amor inmerecido y su gracia abundante.

Segundo, debemos vivir vidas de amor. Así como Cristo nos amó hasta el extremo, debemos amarnos los unos a los otros. No importa quién sea nuestro prójimo, no importa cuán diferente sea de nosotros, debemos amarlos con el mismo amor sacrificial que Jesús nos mostró.

Tercero, debemos vivir vidas de testimonio. No guardemos para nosotros el regalo del evangelio, sino compartámoslo con el mundo que nos rodea. Que nuestras palabras y nuestras acciones reflejen la luz y el amor de Cristo a todos los que nos rodean.

Y finalmente, debemos vivir vidas de esperanza. Porque la muerte de Cristo en la cruz no fue el final, sino el principio de nuestra redención. Él resucitó victorioso, triunfando sobre el pecado y la muerte, y prometió volver por aquellos que le esperan con ansias.

Amigo y amigas que este mensaje resuene en lo más profundo de nuestros corazones. Que nunca olvidemos el sacrificio de amor de nuestro Señor Jesucristo, y que vivamos cada día como testigos vivientes de su poder transformador.

Que así sea, para la gloria de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

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LA SALVACIÓN Y LA VIDA ETERNA

La salvación es el primer paso en la vida cristiana y es lo que nos da seguridad de la vida eterna. Pero muchas personas tropiezan en este punto debido a falsas concepciones. Algunas personas piensan que ser una persona buena es la clave para entrar al cielo. Otros piensan que creer que hay un Dios es todo lo que se requiere y que cuando mueran, irán al cielo o algún lugar. Nada dista más de la verdad.

Sin embargo, si cree que existe un Dios y no tiene una relación personal con Él, esta en problemas.

¿POR TANTO, QUE DEBO HACER PARA SER SALVO?

Veamos un ejemplo que nos lo ilustra la Palabra de Dios:

HECHOS 15:25-34 «Pero a medianoche, orando Pablo y Silas, cantaban himnos a Dios; y los presos los oían. Entonces sobrevino de repente un gran terremoto, de tal manera que los cimientos de la cárcel se sacudían; y al instante se abrieron todas las puertas, y las cadenas de todos se soltaron. Despertando el carcelero, y viendo abiertas las puertas de la cárcel, sacó la espada y se iba a matar, pensando que los presos habían huido. Mas Pablo clamó a gran voz, diciendo: No te hagas ningún mal, pues todos estamos aquí. Él entonces, pidiendo luz, se precipitó adentro, y temblando, se postró a los pies de Pablo y de Silas; y sacándolos, les dijo: Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo? Ellos dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa.» 

Cuando un carcelero de Fílipos preguntó a Pablo y Silas: “¿Qué debo hacer para ser salvo?” ellos respondieron: “Cree en el Señor Jesús, y serás salvo” . Es tan sencillo que incluso un niño puede entenderlo, pero haríamos bien en examinar nuestra redención (redención se refiere al rescate de Dios de los creyentes solo a través de la muerte de Jesucristo sobre la cruz y todos los beneficios que trae), más de cerca para aprender y apreciar lo que Jesucristo ha hecho por nosotros.

La salvación se define como la obra de la gracia de Dios, por la cual, Él perdona nuestros pecados y nos otorga el don de la vida eterna. Esto significa que no somos salvos por nuestras obras sino por la gracia de Dios, que es Su favor y amor inmerecidos.

Para apreciar completamente lo que el Señor ha hecho por nosotros, debemos comprender nuestra condición espiritual antes de la salvación.

Efesios 2:1 dice que estábamos muertos en nuestros delitos y pecados.

Hay tres significados diferentes para la muerte en las Escrituras. La muerte física es lo que todos experimentan al final de la vida terrenal. La muerte espiritual es la separación de Dios a causa del pecado (esta es la condición de la humanidad). La muerte eterna es el resultado final, y resulta en una separación eterna del Señor.

Sin Cristo, nuestra situación es desesperada porque el pecado nos separa de un Dios santo, y después de que muramos, seremos juzgados y pagaremos la pena por nuestros pecados, que es la muerte eterna (Hebreos 9:27). “Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos a causa de nuestras iniquidades, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos)” (Efesios 2:4-5). Aunque todos siguen muriendo físicamente, los que se salvan ya no están alejados de Dios y nunca sufrirán la muerte eterna. En cambio, se les da vida eterna.

En resumen, lo que quiero decir con salvación, es que es la obra de la Gracia de Dios mediante el cual, Él perdona nuestros pecados y nos da vida eterna, la cual no es por obras.

DIOS ES QUIEN PROVEE NUESTRA SALVACIÓN PORQUE NOS AMA Y SABE QUE NO HAY NADA QUE PODAMOS HACER PARA SALVARNOS A NOSOTROS MISMOS.

Sin embargo, para traernos de vuelta a una relación con Él se requiere la muerte de Su Hijo. Esta era la única forma en que el Padre podía perdonar nuestros pecados sin violar Su propia ley, que exige la muerte como castigo para todo aquel que peca. Dado que Jesús es tanto Dios como hombre, Él es la única persona que alguna vez vivió una vida completamente justa. Mientras moría en la cruz, el Padre puso toda la culpa de nuestros pecados sobre Él.

La muerte de Jesús fue un sacrificio. Todos los sacrificios de animales en el Antiguo Testamento presagiaban el perfecto Cordero de Dios que haría la expiación final por los pecados con Su sangre derramada.

La muerte de Cristo fue sustitutiva. Ya no tenemos que pagar el castigo por nuestros pecados porque Jesús llevó el castigo por nosotros.

Su muerte fue suficiente. Cualquier cosa que tratemos de hacer para ganar la salvación no tiene valor para Dios porque Él es santo y nosotros somos pecadores. Pero como Jesús era perfecto, Su sacrificio por nosotros resultó aceptable al Padre. Su sangre cubre adecuadamente todos los pecados de la humanidad.

Jesús es el único camino para venir al Padre y recibir el perdón y la reconciliación (Juan 14:6). No hay otra opción para la salvación. Si creemos que el Señor Jesucristo es el Hijo de Dios y confiamos en Él para nuestro rescate, seremos salvos.

ES DE HACER NOTAR QUE EL RESULTADO DE LA SALVACIÓN DE CRISTO ES LA TRANSFORMACIÓN.

Cuando recibimos a Jesús como nuestro Salvador personal, Él viene a vivir dentro de nosotros a través del Espíritu Santo. Nuestra antigua forma de vida ya no se ajusta a nuestra nueva identidad, y el Espíritu obra dentro de nosotros para hacernos más como Cristo.

2 Corintios 5:17 dice: “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí, han venido cosas nuevas.”

Al aceptar a Jesucristo, nuestra vida es transformada, es una vida distinta, soñaremos diferentes, nos veremos diferentes. A diferencia cuando vivimos en pecado, en desobediencia a Dios, vivimos perdidos y separados de Él. Y es que cuando Él murió, abrió la puerta al mundo para ser salvo, porque Él pago toda nuestra deuda de pecado.

Por lo tanto, la salvación es un regalo de Dios, pero debemos aceptarlo.

QUE DEBO HACER PARA SER SALVO?

1. Creer en Jesús. La fe salvadora es confiar en Jesús como una persona viva, el Hijo de Dios, para el perdón de los pecados y para la vida eterna con Dios. Debemos creer que Cristo pagó por nuestros pecados y pedirle que nos perdone. En ese momento el Espíritu Santo entra en nuestra vida y nos sella como hijos de Dios.

2. Hacerlo Señor de nuestras vidas. Cuando aceptamos a Jesús como nuestro Salvador, también lo estamos reconociendo como nuestro Señor. Esto significa que le damos la autoridad para guiar y gobernar nuestras vidas de acuerdo a Su voluntad.

3. Arrepentirnos de nuestros pecados. Volverse a Jesús requiere alejarse de nuestro antiguo estilo de vida. El arrepentimiento es un dolor sincero por el pecado acompañado de un compromiso sincero de abandonarlo y caminar en obediencia a Cristo. Esto no significa que perderemos nuestra salvación si volvemos a pecar. Nuestras debilidades y la vieja naturaleza pecaminosa a veces resurgen, pero cada vez que caemos, tenemos el privilegio de volvernos a Dios para recibir perdón y limpieza. Sin embargo, si continuamos en pecado, el Señor, como Padre amoroso, nos disciplinará para atraernos de nuevo a Él. O si continua con ese estilo de vida, la gran mano de Dios de juicio vendrá sobre ellos.

4. Aceptar a Jesús como Señor y Salvador de tu vida. Repetir en voz alta la siguiente oración: «Señor estoy avergonzado de la vida que he vivido. He dicho ser algo que no soy. Te pido que me perdones y me limpies. Hoy declaro que te reconozco como el Señor y Salvador de mi vida. Te pido que me hagas uno de tus hijos. Que vengas a morar a mi corazón y hagas de mi una nueva criatura. En el nombre de Jesús. Amén.»

FUENTE: Gracias Pastor CHARLES STANLEY por sus enseñanzas.

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