La mayoría de las personas no piensan mucho en el cielo a menos que se enfrenten a la muerte. De hecho, pocos cristianos piensan seriamente en su hogar eterno y, por lo tanto, no tienen convicciones acerca del cielo. Además, es posible que no sepan lo que dice la Biblia con respecto al cielo y esto puede resultar en confusión y una comprensión no bíblica de lo que les espera a los creyentes después de esta vida. Y son las Escrituras, las que nos explican y motivan a vivir para nuestro destino eterno en lugar de esta existencia terrenal. Veamos lo que nos dice la Palabra de Dios:
1. Nuestro Padre celestial está allí.
En el Sermón de la Montaña (Mat. 5-7), Jesús a menudo habló de Su Padre “que está en los cielos” (5:16). En lugar de especular sobre dónde está el cielo, simplemente podemos decir que está donde está Dios.
2. Nuestro Salvador, el Señor Jesucristo, está allí.
Cuando Jesús ascendió a las nubes en Hechos 1:11, dos ángeles dijeron a los discípulos: “Este Jesús, que ha sido tomado de vosotros arriba en el cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo”. Ascendió a Su Padre y ahora está “sentado a la diestra de Dios” (Colosenses 3:1). Desde allí intercede por nosotros (Romanos 8:34).
3. El cielo es un lugar preparado.
No es una niebla etérea en la que flotamos, sino un lugar especialmente preparado para los hijos de Dios. Jesús dijo: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si no fuera así, os lo hubiera dicho; porque voy a prepararos un lugar” (Juan 14:2). Según Apocalipsis 21:27, “Nada inmundo, ni nadie que practique abominaciones y mentiras entrará jamás en ella, sino solamente aquellos cuyos nombres están escritos en el libro de la vida del Cordero”.
4. Nuestra ciudadanía está en el cielo.
Esta tierra es solo nuestro hogar temporal, por lo que debemos tener cuidado de no apegarnos demasiado a las cosas de este mundo. Tener una comprensión correcta del cielo cambia nuestra perspectiva y prioridades en esta vida, impulsándonos a acumular tesoros en el cielo en lugar de en la tierra.
Según Filipenses 3:20-21, “Nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también ansiosamente esperamos a un Salvador, el Señor Jesucristo; quien transformará el cuerpo de nuestro humilde estado en conformidad con el cuerpo de su gloria.” Estos cuerpos terrenales no son aptos para la vida en el cielo. Por lo tanto, cuando Cristo regrese por nosotros, los va a transformar en cuerpos gloriosos como el suyo, serán mucho más gloriosos que los que tenemos ahora.
Jesús les dijo a sus discípulos: “No os regocijéis de que los espíritus se os sujetan, sino regocijaos de que vuestros nombres estén inscritos en los cielos” (v. 20). Cada vez que alguien se aparta del pecado y cree en Jesús para salvación, el nombre de esa persona queda registrado para siempre en el cielo.
Conocer nuestra posición celestial también aumenta nuestro deseo de vivir una vida piadosa ahora porque ese es nuestro destino. Una vez que entremos al cielo, seremos completamente libres del pecado y seremos absolutamente santos.
5. El cielo es donde está nuestro tesoro.
Nuestros tesoros celestiales son nuestras buenas obras, obediencia, santidad y acciones de amor, bondad y perdón. Jesús advirtió a sus seguidores que no acumularan bienes terrenales que no duran, sino que “hagan para ustedes tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde los ladrones no minan ni hurtan; porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mateo 6:20-21). Nuestra seguridad no se encuentra en el dinero o la propiedad. Cualquier cosa que se pueda comprar también se puede perder, y nada de lo que acumulemos vendrá con nosotros cuando muramos. Lo único que perdurará es nuestra relación con Cristo.
6. Nuestra herencia y recompensas están en el cielo.
La salvación es por fe, no por obras, pero una vez que somos salvos, hacemos buenas obras porque somos hijos de Dios. Y cuando lleguemos al cielo, seremos recompensados por lo que hemos hecho. En el Sermón de la Montaña, Jesús les dijo a los que eran perseguidos, insultados y calumniados por causa de Él: “Gozaos y alegraos, porque vuestra recompensa en los cielos es grande” (Mateo 5:12).
7. Nuestros seres queridos y amigos guardados están allí.
Cuando un creyente muere, él o ella va inmediatamente a la presencia del Señor en el cielo (2 Corintios 5:8). Sin embargo, un día Jesús regresará por Su iglesia y traerá con Él a los que han muerto en Cristo (1 Tesalonicenses 4:13-17). Ellos resucitarán primero: “Entonces nosotros, los que vivamos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor” (v. 17). ¡Qué gran reunión será esa cuando todos estemos reunidos en nuestro hogar celestial!
Ahora bien, la seguridad a la entrada al cielo cuando dejemos de existir en esta tierra, primeramente depende, si hemos aceptado a Jesús en nuestro Salvador y Señor. Es más, La Biblia dice que si confesamos con nuestra boca que Jesús es el Señor y creyeres en tu corazón que Dios lo levanto de entre los muertos, serás salvos. De que?, de la condenación eterna. Y lo que Dios quiere es que vengas a Él y tengas la seguridad eterna de vivir con Él en el cielo.
Esta realidad esta cerca, en nuestra boca. Y como lo hago?, te estarás preguntando. Simplemente repitiendo esta oración conmigo:
«Padre Celestial, vengo delante de ti, para pedirte perdón por mis pecados, me arrepiento de ellos, ven a morar a mi corazón, has de mi una nueva criatura. Abre mis ojos espirituales, escribe mi nombre en el Libro de la Vida y a partir de ellos hago un pacto contigo de seguir tus mandamientos y preceptos. En el nombre de Jesús. Amén.»
FUENTE: Gracias Pastor CHARLES STANLEY por sus enseñanzas.