Mensajes Puros

«HOY ESTARÁS CONMIGO EN EL PARAÍSO»

LUCAS 23:36-46 » Los soldados también le escarnecían, acercándose y presentándole vinagre, 37y diciendo: Si tú eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo. 38Había también sobre él un título escrito con letras griegas, latinas y hebreas: ESTE ES EL REY DE LOS JUDÍOS. 39Y uno de los malhechores que estaban colgados le injuriaba, diciendo: Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros. 40Respondiendo el otro, le reprendió, diciendo: ¿Ni aun temes tú a Dios, estando en la misma condenación? 41Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; mas este ningún mal hizo. 42Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. 43Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso. 44Cuando era como la hora sexta, hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena. 45Y el sol se oscureció, y el velo del templo se rasgó por la mitad. 46Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto, expiró.»

La escena más santa, más poderosa y más desgarradora de toda la historia: Cristo colgado entre el cielo y la tierra…¡El Rey del universo! Desnudo, humillado, escarnecido…¡Y aún así, SANTO! ¡Aún así, SOBERANO! ¡Aún así, SALVADOR!

¡Escucha bien! Los soldados se burlaban…Le ofrecían vinagre en vez de agua…Le decían con sarcasmo: “Sálvate a ti mismo.” Pero lo que ellos no sabían es que Él no vino a salvarse a sí mismo… vino a salvarte a TI.

Ahí estaba, entre dos malhechores. Uno se burlaba…El otro… quebrantado…
Le dice: “Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino.”

Y Jesús, en medio del dolor, la sangre, el abandono, el infierno mismo respirándole encima…
¡Le responde con vida eterna!

“De cierto te digo, que HOY estarás conmigo en el paraíso.”

¡HOY! No mañana, no después de un juicio…¡HOY! Porque cuando el corazón se rinde con fe, el Cielo se abre inmediatamente. No importa cuán lejos hayas caído, no importa lo sucio de tu pasado…Si hoy clamas a Jesús, Él te responde con su gracia, con su perdón y con su salvación!

¡Oh Iglesia, escúchame! Cuando Cristo estaba colgado, el sol se oscureció. La creación entera se estremeció. El cielo guardó silencio.
¿Por qué?
Porque el Cordero estaba cargando el pecado del mundo.

Y de pronto…¡El velo del templo se rasgó!
¡Aleluya! ¡El acceso fue abierto!
Ya no necesitas sacrificios de animales…
Ya no necesitas intermediarios humanos…
¡Jesús abrió el camino!
Con Su sangre, nos dio entrada al Lugar Santísimo.

Y entonces…Con su último aliento…¡El Rey habla con autoridad!

Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.”

¡No murieron con Él los sueños!
¡No murió la esperanza!
¡No murió el Reino!
Murió el pecado, murió la condenación, murió la separación!

¿Qué vas a hacer tú con esta cruz?
¿Vas a burlarte como el primero… o vas a clamar como el segundo?

¡Hoy es el día de salvación!
¡Hoy puedes pasar del infierno al paraíso con una sola oración!

Levanta tus manos ahí donde estás…Y di con fe: “Jesús, acuérdate de mí… sálvame, lávame, transfórmame… yo creo que tú eres el Hijo de Dios.”

Y te digo como lo dijo Él: “Hoy… hoy estarás conmigo en el paraíso.”

¡Gloria sea al Cordero que vive por los siglos de los siglos! ¡Amén!

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EL PAN ESTÁ SERVIDO: ¿VENDRÁS O PASARÁS DE LARGO?

Hay un clamor en el corazón humano que no se calla con placeres, que no se sacia con riquezas, ni se llena con religiones vacías. Ese clamor es hambre, ese clamor es hambre de eternidad, hambre de propósito, hambre de Dios.

Y en JUAN capítulo 6:30, cuando el pueblo se acerca a Jesús, lo hacen con una pregunta:
“¿Qué señal haces tú, para que te creamos?”

¡Qué ciegos estaban! Acababan de ver cómo alimentó a miles con cinco panes y dos peces. Habían presenciado milagros, prodigios, maravillas… ¡pero aún querían una señal! ¡Porque los ojos naturales siempre exigen pruebas, mientras que los ojos del espíritu sólo necesitan una palabra para creer!

Y entonces Jesús, con la autoridad de aquel que es desde el principio, les dice:

JUAN 6:33 “No fue Moisés el que les dio el pan del cielo… fue mi Padre. Y ahora mi Padre les da el verdadero Pan que desciende del cielo y da vida al mundo.”

Y ellos respondieron: “¡Señor, danos siempre ese pan!” ¡Y aquí viene la declaración que sacude los cielos y la tierra!

JUAN 6:35 “YO SOY el PAN DE VIDA. El que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás.”

Escúchame, amigo y amiga: Tú no necesitas otro pan. No necesitas otro camino. No necesitas otro sistema, otra ideología, otra religión, otro sustituto…
¡Lo que necesitas es a Cristo!

Cristo es el pan del cielo. Cristo es el sustento del alma. Cristo es la fuente que no se agota. Cristo es la vida que no termina. Cristo es el maná eterno… que no se pudre, que no desaparece al amanecer, ¡Sino que permanece para siempre!

Y escucha esta promesa del Maestro: “Al que a mí viene, no le echo fuera.”
Tú puedes venir con dolor…
Puedes venir con pecado…
Puedes venir roto, vacío, quebrado…¡Y Él no te echará fuera!
¡Te abrazará!
¡Te sanará!
¡Te limpiará!
¡Y te dará vida eterna!

Porque no descendió del cielo para hacer Su propia voluntad.

JUAN 6:40 “Sino para cumplir la perfecta voluntad del Padre: que ninguno de los que le han sido dados se pierda, y que en el día postrero, Él los resucite!

Hay resurrección para los que creen, esperanza para los que confían, pan para los que tienen hambre y hay salvación en el Nombre que es sobre todo nombre: JESUCRISTO, el Hijo de Dios vivo.

Ven al Pan de Vida. Ven a Jesús. Y si hoy vienes a Él, Él te recibe, Él te transforma, y Él te asegura: «Tendrás vida eterna, y yo mismo te resucitaré en el día postrero.”


OREMOS: Padre, en el Nombre de Jesús, te pido que esta palabra arda como fuego en cada corazón. Que el hambre espiritual crezca hasta que cada uno corra a los pies del Pan de Vida. Llena, restaura, resucita, y salva. En el nombre glorioso de Jesús. ¡Amén!

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«NO HAY OTRO: EL DIOS QUE BENDICE A GENERACIONES»

Hoy hay una palabra ardiente, una palabra viva y poderosa, que desciende como fuego del cielo para encender nuestros corazones con pasión, obediencia y reverencia al Dios Altísimo!

Leamos juntos Deuteronomio 4:39-40: Por tanto, reconoce hoy y reflexiona en tu corazón, que el Señor es Dios arriba en los cielos y abajo en la tierra; no hay otro. Así pues, guardarás sus estatutos y sus mandamientos que yo te ordeno hoy, a fin de que te vaya bien a ti y a tus hijos después de ti, y para que prolongues tus días sobre la tierra que el Señor tu Dios te da para siempre.

«Reconoce, pues, hoy y reflexiona en tu corazón que Jehová es Dios arriba en el cielo y abajo en la tierra, y no hay otro. Guarda sus estatutos y sus mandamientos que yo te mando hoy, para que te vaya bien a ti y a tus hijos después de ti, y para que prolongues tus días sobre la tierra que Jehová tu Dios te da para siempre.»

¡Escucha! Esta no es una simple sugerencia. ¡Es un clamor del cielo! ¡Es un llamado directo del trono de Dios al corazón de su pueblo! Moisés, movido por el Espíritu de Dios, nos está gritando a través de los siglos: ¡RECONOCE! ¡REFLEXIONA! ¡GUARDA!

1. RECONOCE QUE ÉL ES DIOS… ¡Y NO HAY OTRO!

¡Santo es su nombre! No hay Buda, no hay Alá, no hay ídolo, no hay demonio, no hay filosofía humana, ni ciencia, ni dinero, ni fama, ni poder terrenal que pueda ocupar el trono que solo le pertenece a Jehová de los Ejércitos.

¡Él es Dios arriba en los cielos! Él gobierna sobre los ángeles, sobre las estrellas, sobre los cielos eternos.
¡Él es Dios abajo en la tierra! Él reina sobre las naciones, sobre tu vida, sobre tu casa, sobre tu familia.

¡No hay otro! ¡No hay otro que sane como Él, que salve como Él, que libere como Él! ¡No hay otro que perdone, que transforme, que restaure!

2. GUARDA SUS ESTATUTOS Y SUS MANDAMIENTOS

¡Ay, iglesia! Muchos quieren la bendición sin obediencia, quieren la promesa sin santidad, quieren la gloria sin compromiso.

Pero Dios te dice hoy:
«GUARDA lo que yo te he mandado.»
«VIVE conforme a mi Palabra.»

¡Esto no es legalismo, esto es amor! Jesús dijo: «Si me amáis, guardad mis mandamientos.» (Juan 14:15)
Cuando obedeces, demuestras que le perteneces. Cuando caminas en sus caminos, la presencia de Dios te sigue, su favor te abraza, su propósito se activa.

3. ¿PARA QUÉ? PARA QUE TE VAYA BIEN

¡Dios no es un tirano! ¡Él es un Padre bueno! Su corazón es que te vaya bien, que seas cabeza y no cola, que vivas en abundancia, no en escasez, que tengas paz y no tormento.

Y no solo para ti. Escucha esto con el fuego del Espíritu:
“…a ti y a tus hijos después de ti.”

Tu obediencia hoy es la herencia de tus hijos mañana.
Cada vez que eliges la santidad, estás levantando un legado.
Cada vez que dices “sí” al Espíritu y “no” a la carne, estás abriendo un camino de bendición para tus generaciones.

4. PARA QUE PROLONGUES TUS DÍAS SOBRE LA TIERRA QUE DIOS TE DA

Dios no solo quiere bendecirte un ratito, una temporada.
Él quiere establecerte. Él quiere afirmarte. Él quiere darte raíces profundas.

Él te ha dado tierra. Tierra espiritual, tierra emocional, tierra física. ¡Y quiere que la poseas con honra! ¡Que vivas largo, y vivas bien!
Pero la llave está en lo que Él ya dijo:
Obedece. Guarda. Reconoce.

¡CIERRO CON ESTA PALABRA PROFÉTICA!

Tú que me escuchas hoy, Dios te está diciendo: «Si hoy reconoces quién soy, si hoy decides caminar en mi Palabra, si hoy decides limpiar tu casa, ordenar tu corazón, y volver a mis caminos… entonces el viento del Espíritu soplará sobre tu vida. Abriré puertas que nadie podrá cerrar. Bendeciré a tus hijos. Bendeciré tu entrada y tu salida. Te daré días largos, días de paz, días de propósito, porque yo soy Jehová, tu Dios, y no hay otro.»

¡Levanta tus manos ahí donde estás y declara con fe!: Padre Celestial, hoy reconozco con todo mi corazón que Tú eres Dios arriba en los cielos y abajo en la tierra; no hay otro como Tú. Te pido que pongas en mí un espíritu obediente, que ame tu Palabra y camine en tus caminos. Que mi obediencia traiga bendición a mi vida y a la vida de mis hijos. Prolonga mis días en la tierra que Tú me has dado, y úsame para tu gloria. Hoy declaro que “yo y mi casa serviremos al único Dios verdadero Jehova. En el nombre poderoso de Jesús, ¡amén!

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LA SANGRE DE CRISTO: NUESTRA REDENCIÓN Y VICTORIA

Hoy quiero hablarles de la sangre preciosa de nuestro Señor Jesucristo. No hay un tema más poderoso en toda la Biblia que la redención que obtenemos a través de su sacrificio. La Palabra nos dice en Hebreos 9:22: «Sin derramamiento de sangre no se hace remisión.» Desde el Antiguo Testamento, Dios mostró que sin sangre no hay perdón de pecados. Pero todos los sacrificios de animales eran solo una sombra de la obra perfecta que Cristo haría en la cruz. Cuando Jesús derramó su sangre en el Calvario, selló la victoria eterna sobre el pecado, la muerte y el enemigo de nuestras almas.

Efesios 1:7 dice: «En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia.»

La sangre de Cristo nos redime y nos compra de nuevo para Dios. Antes estábamos perdidos, alejados, sin esperanza, esclavizados por el pecado y bajo la autoridad de Satanás. Pero cuando Cristo derramó su sangre, pagó el precio de nuestro rescate. Ya no somos esclavos, sino hijos de Dios. Su sangre nos limpia completamente, no importa cuán profundo haya sido nuestro pecado. No hay mancha que su sangre no pueda borrar. Romanos 8:1 nos dice: «Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús.» No somos salvos por nuestras obras, sino por su gracia manifestada en la cruz.

La sangre de Jesús no solo nos perdona, sino que nos da acceso directo al trono de Dios. En el Antiguo Testamento, solo el sumo sacerdote podía entrar al Lugar Santísimo una vez al año, con sangre de animales. Pero cuando Jesús murió, el velo del templo se rasgó en dos, abriendo el camino para que todos los que creen en Él puedan acercarse confiadamente al Padre.

Hebreos 10:19 nos dice: «Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo.»

Hoy, gracias a su sangre, podemos entrar a su presencia, hallar gracia, misericordia y ayuda en el momento oportuno.

Hermanos, la sangre de Jesús también nos santifica. Hebreos 13:12 dice: «Por lo cual también Jesús, para santificar al pueblo mediante su propia sangre, padeció fuera de la puerta.» No solo nos salva, sino que nos transforma. Nos aparta del mundo y nos hace suyos. Es su sangre la que nos da el poder de vivir en santidad, de vencer el pecado y de caminar en obediencia. El enemigo tratará de acusarnos, de hacernos sentir indignos, pero la sangre de Cristo nos da identidad. Ya no somos esclavos de la culpa, del miedo ni del pasado. Somos redimidos, lavados y santificados por la sangre del Cordero.

Y no solo eso, la sangre de Cristo tiene poder para seguir operando en nuestra vida cada día. No fue solo un evento en la cruz, sino una obra continua. Su sangre nos protege, nos cubre, nos da victoria sobre el enemigo. Apocalipsis 12:11 declara: «Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos.» Cuando declaramos con fe lo que la sangre de Jesús ha hecho por nosotros, el enemigo no tiene más poder sobre nuestra vida. No importa lo que el enemigo haya tratado de hacer, la sangre de Cristo es suficiente para liberarnos, para restaurarnos y para darnos una nueva vida.

Hoy te pregunto, ¿estás viviendo bajo el poder de la sangre de Cristo? ¿Has recibido su perdón? ¿Te has apropiado de su victoria? No importa cuán grande sea tu necesidad, la respuesta está en la cruz. Si te sientes lejos de Dios, su sangre te acerca. Si has caído en pecado, su sangre te restaura. Si el enemigo te ha oprimido, su sangre te libera. Hoy es el día de recibir y declarar el poder de la sangre de Cristo sobre tu vida.

VAMOS A ORAR JUNTOS: Señor Jesús, hoy reconozco el poder de tu sangre. Gracias por tu sacrificio en la cruz, por derramar tu sangre para redimirme, para perdonarme y para darme acceso al Padre. Hoy me apropio de esa victoria. Declaro que soy limpio, que soy libre, que soy tuyo. Me cubro con tu sangre y rechazo toda condenación, toda opresión y toda mentira del enemigo. Vivo en tu gracia, en tu justicia y en tu amor. En el nombre de Jesús, amén.

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