Mensajes Puros

LA GRACIA SANADORA DE DIOS

Hoy nos adentraremos en una historia de milagro y redención que trasciende el tiempo y el espacio! Vamos a Jerusalén, a la Ciudad Santa, llena de fervor religioso y expectación. En medio de esta bulliciosa ciudad, se encuentra un lugar de esperanza y desesperación: el estanque de Betesda, con sus cinco pórticos, donde los enfermos, los cojos, los ciegos y los paralíticos se congregan en busca de un milagro divino.

San Juan 5:1-15 «1Después de estas cosas había una fiesta de los judíos, y subió Jesús a Jerusalén. 2Y hay en Jerusalén, cerca de la puerta de las ovejas, un estanque, llamado en hebreo Betesda, el cual tiene cinco pórticos. 3En estos yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos, que esperaban el movimiento del agua. 4Porque un ángel descendía de tiempo en tiempo al estanque, y agitaba el agua; y el que primero descendía al estanque después del movimiento del agua, quedaba sano de cualquier enfermedad que tuviese. 5Y había allí un hombre que hacía treinta y ocho años que estaba enfermo. 6Cuando Jesús lo vio acostado, y supo que llevaba ya mucho tiempo así, le dijo: ¿Quieres ser sano? 7Señor, le respondió el enfermo, no tengo quien me meta en el estanque cuando se agita el agua; y entre tanto que yo voy, otro desciende antes que yo. 8Jesús le dijo: Levántate, toma tu lecho, y anda. 9Y al instante aquel hombre fue sanado, y tomó su lecho, y anduvo. Y era día de reposo aquel día. 10Entonces los judíos dijeron a aquel que había sido sanado: Es día de reposo; no te es lícito llevar tu lecho. 11Él les respondió: El que me sanó, él mismo me dijo: Toma tu lecho y anda. 12Entonces le preguntaron: ¿Quién es el que te dijo: Toma tu lecho y anda? 13Y el que había sido sanado no sabía quién fuese, porque Jesús se había apartado de la gente que estaba en aquel lugar. 14Después le halló Jesús en el templo, y le dijo: Mira, has sido sanado; no peques más, para que no te venga alguna cosa peor. 15El hombre se fue, y dio aviso a los judíos, que Jesús era el que le había sanado.»

¡Y qué milagro Porque en este estanque, un ángel del Señor descendería en ciertos tiempos y agitaría las aguas. Y aquel que primero descendiera al estanque después del movimiento del agua sería sanado de cualquier enfermedad que le aquejara. Qué escena tan poderosa de demostración del poder sobrenatural de nuestro Dios viviente!

Pero entre la multitud de afligidos, hay un hombre que se destaca. Un hombre que ha padecido su enfermedad por 38 largos años. ¡Treinta y ocho años de sufrimiento, de dolor, de esperanza perdida! Tiempos de desesperación, y anhelo por un toque divino que lo libere de su miseria.

Y entonces, en medio de este mar de enfermedad y desesperación, entra Jesucristo, nuestro Redentor y Salvador. Puedes apreciar Su presencia, Su aura llena de poder y autoridad! Él ve al hombre postrado y, le hace una sola pregunta, que hará cambiar su destino para siempre: «¿Quieres ser sano?»

¡Qué pregunta mas poderosa, llena de amor y compasión! Una pregunta que resuena en lo más profundo del alma del hombre, una pregunta que atraviesa las barreras del tiempo y llega directamente a nuestros corazones hoy. Porque, ¿cuántos de nosotros estamos postrados en nuestras propias dificultades y desafios, esperando un toque divino que nos libere?

La respuesta del hombre, aunque llena de desesperación, también está llena de fe: «No tengo quien me meta en el estanque cuando se agita el agua». Pero en lugar de reprenderlo por su falta de fe, nuestro amado Jesús responde con poder y autoridad: «Levántate, toma tu lecho, y anda».

¡Y en un instante, el milagro ocurre! La enfermedad que había atormentado al hombre por casi cuatro décadas desaparece. Su cuerpo se llena de fuerza y vigor, y él se levanta, toma su lecho y camina. Una vez más, el poder divino manifestándose delante de los ojos que están allí presentes!

Pero la historia no termina ahí, no. Porque cuando el hombre es confrontado por los líderes religiosos, él no duda en proclamar la verdad: «El que me sanó, él mismo me dijo: Toma tu lecho y anda». Y cuando Jesús se encuentra con él más tarde, le da un mandato poderoso: «Mira, has sido sanado; no peques más, para que no te venga alguna cosa peor».

¡Hermanos y hermanas, esta maravilloso relato es un llamado urgente a cada uno de nosotros hoy. Porque así como Jesús sanó al hombre en Betesda, Él está listo y dispuesto a sanar nuestras heridas, a liberarnos de nuestras cadenas, a darnos una nueva vida llena de propósito y significado.

Pero debemos responder a Su llamado con fe y valentía. Debemos levantarnos de donde nos encontremos, tomar nuestra cruz y seguirlo con todo nuestro ser. Debemos dejar atrás nuestros viejos caminos de pecado y abrazar la nueva vida que Él nos ofrece.

Que esta historia de sanidad y redención nos inspire a vivir nuestras vidas con propósito y significado, sabiendo que servimos a un Dios que está siempre con nosotros, guiándonos y fortaleciéndonos en cada paso del camino.

¡Que así sea, en el poderoso nombre de Jesús! Amén. ¡Gloria a Dios!

Permítanme compartir con ustedes algunas lecciones prácticas que podemos extraer de la historia de la sanidad en Betesda:

  1. Perseverancia en la fe: Esta historia nos enseña la importancia de mantenernos firmes en nuestra fe, incluso cuando enfrentamos tiempos difíciles y prolongados. El hombre enfermo en Betesda había estado sufriendo por 38 años, pero nunca perdió la esperanza de ser sanado. Debemos perseverar en nuestras oraciones y creer en el poder sanador de Dios, confiando en que Él actuará en Su tiempo perfecto.
  2. Creer en el poder de la Palabra de Dios: Cuando Jesús le dijo al hombre enfermo «Levántate, toma tu lecho, y anda», esas palabras fueron suficientes para provocar un milagro de sanidad. Esta historia nos recuerda el poder transformador de la Palabra de Dios. Debemos creer firmemente en las promesas de Dios contenidas en las Escrituras y declararlas sobre nuestras vidas con fe y confianza.
  3. No permitir que las normas religiosas limiten nuestra fe: Los líderes religiosos del tiempo de Jesús criticaron al hombre sanado por llevar su lecho en el día de reposo. Sin embargo, el hombre no se dejó intimidar por las normas humanas, sino que se mantuvo firme en su testimonio de la obra de Dios en su vida.
  4. Arrepentimiento y obediencia: Cuando Jesús encontró al hombre sanado más tarde, le advirtió que no pecara mas para que no le viniera algo peor. Esta enseñanza nos recuerda la importancia del arrepentimiento y la obediencia en nuestra vida cristiana. Aunque la gracia de Dios nos perdona y nos restaura, también debemos esforzarnos por vivir una vida santa y apartada del pecado, siguiendo los mandamientos de Dios y buscando Su voluntad en todo momento.

Busquemos siempre Su rostro, confiando en Su poder sanador y en Su amor incondicional para transformar nuestras vidas y guiarnos en el camino de la verdad y la vida eterna. ¡Que Dios les bendiga abundantemente!

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CRISTO HA RESUCITADO!, ÉL ESTA VIVO!

Una historia donde resuena la esperanza, es la historia de María Magdalena en el jardín, el encuentro divino que transformó su dolor en gozo, su llanto en risa, su desesperación en certeza. Así que veamos lo que nos dice la Palabra de Dios:

JUAN 20: 11-18 «Pero María estaba fuera llorando junto al sepulcro; y mientras lloraba, se inclinó para mirar dentro del sepulcro; 12y vio a dos ángeles con vestiduras blancas, que estaban sentados el uno a la cabecera, y el otro a los pies, donde el cuerpo de Jesús había sido puesto. 13Y le dijeron: Mujer, ¿por qué lloras? Les dijo: Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto. 14Cuando había dicho esto, se volvió, y vio a Jesús que estaba allí; mas no sabía que era Jesús. 15Jesús le dijo: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, pensando que era el hortelano, le dijo: Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré. 16Jesús le dijo: ¡María! Volviéndose ella, le dijo: ¡Raboni! (que quiere decir, Maestro). 17Jesús le dijo: No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios. 18Fue entonces María Magdalena para dar a los discípulos las nuevas de que había visto al Señor, y que él le había dicho estas cosas.»

Imaginemonos esa escena, un sepulcro vacío, el amanecer rompiendo el silencio de la mañana, y María, ahogada en lágrimas, buscando al Señor que ama con todo su ser. Y allí, en medio de su angustia, el milagro ocurre.

¡María ve a dos ángeles, vestidos en blanco resplandeciente, sentados donde el cuerpo de Jesús yacía! ¿Pueden percibir la presencia divina, el poder celestial en medio de la desolación? Los ángeles preguntan: «Mujer, ¿por qué lloras?» ¡Y esta pregunta, oh, esta pregunta resuena a través de las edades hasta nuestros corazones hoy!

Porque ¿cuántos de nosotros, en medio de nuestras luchas, nuestros dolores, nuestros desafíos, hemos llorado como María? ¿Cuántos de nosotros hemos buscado desesperadamente a nuestro Salvador, solo para sentirnos perdidos y desamparados?

Pero escuchen, escuchen con atención, porque la historia no termina aquí. ¡María ve a Jesús, pero no lo reconoce! Piensa que es el jardinero. ¡Oh, cuántas veces no reconocemos al Señor cuando Él está en medio de nosotros! Cuántas veces, en nuestra ceguera espiritual, lo confundimos con algo más, algo terrenal.

Pero entonces, de repente, Jesús llama su nombre. ¡Jesús llama a María! ¡Y en ese instante, el velo se rasga, la oscuridad se disipa, y la luz de la verdad resplandece sobre ella! «¡Raboni!», exclama María. ¡Maestro! ¡Qué momento glorioso!

Y Jesús le da una misión. Le dice que vaya y comparta las buenas nuevas con sus hermanos. Que Él ha resucitado, que ha vencido la muerte, que está vivo. Y María, María no duda ni por un instante. Va corriendo a dar testimonio, a proclamar la verdad que ha experimentado en lo más profundo de su ser.

Yo no sé ustedes, pero yo puedo sentir el fuego en el corazón de María, ardiendo con la verdad de la resurrección? Porque esa misma pasión, ese mismo fuego, arde en nuestros corazones hoy.

El mensaje es claro: ¡Cristo ha resucitado! ¡Él está vivo! Y como María, como testigos de su gloria, debemos llevar esa verdad al mundo. Debemos proclamar con valentía, con audacia, con pasión desbordante, que la muerte ha sido vencida, que el pecado ha sido derrotado, y que la vida eterna está a nuestro alcance.

No importa cuán oscuro sea el valle, no importa cuán desgarrador sea el dolor, no importa cuán imposible parezca la situación. ¡Cristo está con nosotros! Él nos llama por nuestro nombre, nos llama a ser sus testigos, nos llama a llevar su luz a un mundo que yace en tinieblas.

Por lo tanto, hijos e hijas del Dios Altísimo. Levantémonos con fe inquebrantable, con coraje indomable, y con pasión ardiente. Porque el mismo poder que resucitó a Jesús de entre los muertos mora en nosotros. Y con ese poder, con esa certeza, ¡podemos enfrentar cualquier desafío, podemos superar cualquier obstáculo, podemos cambiar el mundo!

¡Que el fuego del Espíritu Santo arda en nuestros corazones! ¡Que la fe en Jesús nos guíe, la esperanza nos sostenga y el amor nos impulse a compartir la buena noticia de la resurrección con todo aquel que cruce nuestro camino! En el nombre de Jesús.

Aquí tenemos algunas aplicaciones prácticas, atrevidas, osadas, valientes y llenas del fuego de DIOS.

  1. Buscar a Jesús en medio de la aflicción: Cuando te enfrentes a momentos de dolor, desesperación o confusión, no te detengas en la tristeza, sino levanta tus ojos hacia Jesús. Busca su presencia en oración y adoración, sabiendo que Él está en nosotros
  2. Está atento a las señales de la presencia de Dios: Al igual que María, mantente alerta a las señales de la presencia de Dios en tu vida diaria. Puede que no sean ángeles visibles, pero Dios puede manifestarse a través de circunstancias, personas, o la voz suave del Espíritu Santo. Mantén tus oídos y ojos abiertos para reconocer su presencia.
  3. Responder con prontitud al llamado de Jesús: Cuando Jesús te llame por tu nombre, no vaciles ni te demores en responder. Como María, responde con prontitud y entrega total. Di: «¡Aquí estoy, Señor! ¿Qué deseas de mí?» Mantén tu corazón dispuesto y obediente a la voz de Dios.
  4. Compartir las buenas nuevas con valentía: Después de tu encuentro con Jesús, sé valiente para compartir las buenas nuevas con otros. No te avergüences del Evangelio, sino compártelo con pasión y convicción. Sé un testigo audaz de la resurrección de Cristo en tu vida y en el mundo que te rodea.
  5. Reconocer la autoridad y el llamado de Jesús: Cuando Jesús te envíe, reconoce su autoridad y obedécelo con valentía. Al igual que María, ve y comparte el mensaje que te ha dado. Reconoce que Él te ha comisionado para llevar su luz y su amor a aquellos que te rodean.
  6. Permanecer en comunión con Jesús y su cuerpo: Después de tu encuentro con Jesús, no te apartes de su presencia, sino permanece en comunión con Él a través de la oración, la lectura de la Palabra y la comunión con otros creyentes. Mantén vivo el fuego del Espíritu Santo en tu vida diaria.

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EL VERDADERO SIGNIFICADO DE LA SEMANA SANTA Y LA CRUCIFIXIÓN DE JESÚS

Este es un tiempo especial para reflexionar sobre la mayor muestra de amor y reconciliación que el mundo haya conocido: la venida de Dios mismo en la persona de Jesucristo, quién dio su vida por nosotros en la cruz.

Mateo 27: 32-51Cuando salían, hallaron a un hombre de Cirene que se llamaba Simón; a este obligaron a que llevase la cruz. 33Y cuando llegaron a un lugar llamado Gólgota, que significa: Lugar de la Calavera, 34le dieron a beber vinagre mezclado con hiel; pero después de haberlo probado, no quiso beberlo. 35Cuando le hubieron crucificado, repartieron entre sí sus vestidos, echando suertes, para que se cumpliese lo dicho por el profeta: Partieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes. 36Y sentados le guardaban allí. 37Y pusieron sobre su cabeza su causa escrita: ESTE ES JESÚS, EL REY DE LOS JUDÍOS. 38Entonces crucificaron con él a dos ladrones, uno a la derecha, y otro a la izquierda. 39Y los que pasaban le injuriaban, meneando la cabeza, 40y diciendo: Tú que derribas el templo, y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, desciende de la cruz. 41De esta manera también los principales sacerdotes, escarneciéndole con los escribas y los fariseos y los ancianos, decían: 42A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar; si es el Rey de Israel, descienda ahora de la cruz, y creeremos en él. 43Confió en Dios; líbrele ahora si le quiere; porque ha dicho: Soy Hijo de Dios. 44Lo mismo le injuriaban también los ladrones que estaban crucificados con él. 45Y desde la hora sexta hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena. 46Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? 47Algunos de los que estaban allí decían, al oírlo: A Elías llama este. 48Y al instante, corriendo uno de ellos, tomó una esponja, y la empapó de vinagre, y poniéndola en una caña, le dio a beber. 49Pero los otros decían: Deja, veamos si viene Elías a librarle. 50Mas Jesús, habiendo otra vez clamado a gran voz, entregó el espíritu. 51Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; y la tierra tembló, y las rocas se partieron;»

No traigo palabras simples, sino la verdad del Evangelio, la fuerza de la fe y el poder de la redención. Ésta es la historia más sagrada, una narrativa que trasciende el tiempo, la historia de un hombre llamado Jesús, quien cargó con el peso del mundo sobre sus hombros.

Es una realidad que trasciende las eras, porque es en ese momento, en esa cruz, que Jesús llevaba nuestros pecados, nuestros dolores, nuestras enfermedades.

Jesús Cristo no vino como un rey majestuoso rodeado de riquezas y poder terrenal. No!, vino como un humilde siervo, nacido en un establo, criado en un pueblo insignificante. Vivió entre los pobres, los pecadores, los marginados. ¿No nos enseña esto que el amor de Dios no conoce límites ni prejuicios?

Y entonces, en el momento supremo de su sacrificio, Jesús no se apartó. Soportó el sufrimiento, la humillación, la agonía de la cruz por amor a nosotros. ¡Qué profunda muestra de amor y reconciliación! Él, quien no conoció pecado, se hizo pecado por nosotros para que pudiéramos ser hechos justicia de Dios en él.

Y mientras el mundo se mofaba de Él, Jesús oraba por aquellos que le crucificaban, con un profundo amor. Él, quien tenía el poder de derribar legiones de ángeles, permaneció allí por nosotros, por ti y por mí.

Llegó entonces el momento más oscuro, cuando el sol se ocultó y la tierra tembló. En ese instante, Jesús clamó con voz potente: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» Y con profunda angustia exclama ese grito, y es allí, en ese sacrificio supremo que encontramos nuestra redención.

Asimismo, en un acto divino, el velo del templo se rasgó en dos, simbolizando el fin de la separación entre Dios y la humanidad. La muerte de Cristo nos abrió el camino hacia la vida eterna, hacia la reconciliación con nuestro Creador.

Por lo tanto, la celebración de Semana Santa, se trata de la muerte del Hijo de Dios, quién vino en la persona de Jesucristo. Se trata de la paga de nuestros pecados, se trata de que Dios siendo justo, dijera: «Ésta es la pena, la paga es la muerte». Y que Dios en su amor dijera: «Pagaré la pena, en la muerte de mi Hijo». Asi que, Dios mando a su Hijo a morir por nuestros pecados para que no tuviéramos que morir eternamente y estar separados de Él por toda la eternidad.

Mire bien lo que voy a decirle: Nuestro futuro esta fijo si hoy acepta a Jesús si su nombre esta inscrito en el Libro de la Vida del Cordero de Dios, si ha aceptado a Jesús como su Salvador.

JUAN 3:16 » 16Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.

Señores, la cruz es el momento más crucial de la historia humana, y nada se iguala. Nada puede hacer lo que Jesús hizo, morir por nuestros pecados. Él fue a la cruz y pagó nuestra deuda de pecado para que tuvieramos la vida eterna.

Si esto es cierto, has aceptado a Jesús como tu Salvador?. Me refiero a que si ha aceptado a Jesucristo como el Hijo Unigénito de Dios, quien fue a la cruz, quien perdona nuestros pecados por completo y nos regala el don de la vida eterna.

Sino lo has hecho, quiero invitarte a hacerlo con una simple oración. Repite conmigo en voz alta: «Padre celestial, Dios mio, vengo delante de Tú presencia a pedirte que me perdones todos mis pecados, me arrepiento de ellos. Ven a morar a mi corazón. Hoy hago un nuevo pacto contigo para que seas mi Señor y Salvador. Inscríbeme en el Libro de la Vida. Y el día de mi último aliento me recibas en tu presencia. Amén.»

Ante ésta realidad, ¿cómo podemos responder como cristianos? ¿Cómo podemos vivir nuestras vidas en vista del sacrificio de Cristo?

Primero, debemos vivir vidas de gratitud. Cada día que respiramos, cada bendición que recibimos, es un regalo de Dios a través del sacrificio de su Hijo. No permitamos que un solo día pase sin agradecerle por su amor inmerecido y su gracia abundante.

Segundo, debemos vivir vidas de amor. Así como Cristo nos amó hasta el extremo, debemos amarnos los unos a los otros. No importa quién sea nuestro prójimo, no importa cuán diferente sea de nosotros, debemos amarlos con el mismo amor sacrificial que Jesús nos mostró.

Tercero, debemos vivir vidas de testimonio. No guardemos para nosotros el regalo del evangelio, sino compartámoslo con el mundo que nos rodea. Que nuestras palabras y nuestras acciones reflejen la luz y el amor de Cristo a todos los que nos rodean.

Y finalmente, debemos vivir vidas de esperanza. Porque la muerte de Cristo en la cruz no fue el final, sino el principio de nuestra redención. Él resucitó victorioso, triunfando sobre el pecado y la muerte, y prometió volver por aquellos que le esperan con ansias.

Amigo y amigas que este mensaje resuene en lo más profundo de nuestros corazones. Que nunca olvidemos el sacrificio de amor de nuestro Señor Jesucristo, y que vivamos cada día como testigos vivientes de su poder transformador.

Que así sea, para la gloria de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

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UNA HISTORIA DE AMOR Y COMPASIÓN

Hoy nos encontramos ante una de las historias más poderosas y reveladoras de la misericordia y el amor de nuestro Señor Jesucristo. Es la historia de una mujer sorprendida en adulterio, llevada ante Jesús por los escribas y fariseos, no en búsqueda de justicia, sino como una trampa para acusar al Maestro. Pero lo que sucedió a partir de este momento no solo desafió las leyes humanas, sino que reveló la verdadera naturaleza del amor divino.

Juan 8:1-11 «y Jesús se fue al monte de los Olivos. 2Y por la mañana volvió al templo, y todo el pueblo vino a él; y sentado él, les enseñaba. 3Entonces los escribas y los fariseos le trajeron una mujer sorprendida en adulterio; y poniéndola en medio, 4le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio. 5Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices? 6Mas esto decían tentándole, para poder acusarle. Pero Jesús, inclinado hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo. 7Y como insistieran en preguntarle, se enderezó y les dijo: El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella. 8E inclinándose de nuevo hacia el suelo, siguió escribiendo en tierra. 9Pero ellos, al oír esto, acusados por su conciencia, salían uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los postreros; y quedó solo Jesús, y la mujer que estaba en medio. 10Enderezándose Jesús, y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo: Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó? 11Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más.»

Imaginen el escenario: Jesús enseñaba en el templo, rodeado por multitudes sedientas de sabiduría. De repente, irrumpen los fariseos, arrastrando a esta mujer, exponiendo su pecado ante todos, buscando condenación. ¿No es esto lo que el mundo hace con nosotros a diario? Nos señalan, nos juzgan, nos condenan por nuestros errores, por nuestras fallas, por nuestras debilidades. Pero en medio de esta multitud de acusadores, Jesús permanece en calma, en silencio, escribiendo en la tierra con su dedo.

¡Oh, cómo deseo que todos entendamos lo que significaba ese gesto! Jesús, el Hijo de Dios, el que conoce cada secreto de nuestros corazones, no levanta la piedra para condenarnos, sino que escribe en la tierra, recordándonos que somos polvo y a polvo volveremos. Él nos recuerda que somos todos pecadores, que ninguno de nosotros está libre de culpa.

Y entonces, con una sola frase, Jesús desarma a los acusadores y despierta la conciencia de cada uno de ellos: «El que esté sin pecado, que tire la primera piedra». ¡Oh, qué silencio debe haber caído en ese momento! Porque todos, desde los más viejos hasta los más jóvenes, se vieron confrontados por su propia humanidad, por sus propias fallas.

Pero lo más hermoso de esta historia es lo que sucede después. Cuando todos se van, cuando la multitud se disipa y solo queda Jesús con la mujer, él no la condena, no la humilla, no la juzga. En cambio, le muestra compasión, le muestra amor. «Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te ha condenado?… Ni yo te condeno. Vete, y no peques más».

¡Qué palabras tan poderosas! Jesús, el único sin pecado, el único que tenía derecho a juzgarla, la perdona. Él le da una segunda oportunidad, le ofrece la gracia que ella no merecía. Y eso, hermanos y hermanas, es lo que Dios hace por cada uno de nosotros todos los días.

Porque así como perdonó a esta mujer, Él nos perdona a nosotros. No importa cuán grande haya sido nuestro pecado, cuán profunda nuestra caída. Su amor es más grande, su misericordia es más profunda. Nos perdona, nos restaura, nos levanta de nuevo.

Así que hoy, les animo a dejar atrás el peso de la culpa y la condenación. Reciban el perdón de Jesús, acepten su amor incondicional. Y como la mujer en esta historia, vayan y no pequen más. Caminen en la luz de su gracia, vivan en la libertad de su perdón.

Que esta historia nos recuerde siempre el poder transformador del amor de Dios. Que nos inspire a vivir con valentía, con pasión, con fe. Que nos impulsa a mostrar esa misma compasión y perdón a los demás, para que todos puedan conocer la verdadera libertad que se encuentra solo en Cristo Jesús.

Que el fuego del Espíritu Santo arda en nuestros corazones, que nos impulse a vivir cada día con un fervor renovado por la verdad y la justicia. Que seamos testigos vivos de la gracia de Dios, llevando su luz a un mundo oscuro y necesitado.

Que así sea, en el nombre poderoso de Jesús. Amén.

Aquí tienes algunas aplicaciones prácticas para vivir de acuerdo a este mensaje de perdón, compasión y amor de Jesús:

  1. Perdón radical: Practica el perdón radical en tu vida diaria. No retengas rencores ni guardes amargura hacia aquellos que te han hecho daño. Perdona incluso cuando parece imposible, siguiendo el ejemplo de Jesús al perdonar a la mujer en el relato bíblico.
  2. Atreverse a confrontar el pecado: No tengas miedo de confrontar el pecado en tu propia vida y en la de los demás. Deja que el Espíritu Santo te guíe para identificar y enfrentar cualquier área de tu vida que necesite arrepentimiento y transformación.
  3. Ser audaz en la defensa de la verdad: Levántate con valentía y firmeza en la defensa de la verdad de Dios, incluso cuando enfrentes oposición o persecución. Permanece firme en tu fe y no te dejes intimidar por aquellos que intentan distorsionar o negar la verdad de la Palabra de Dios.
  4. Ser compasivo y misericordioso: Practica la compasión y la misericordia hacia aquellos que han caído en el pecado o han sido señalados por otros. Muestra amor y comprensión en lugar de juicio y condenación, recordando que todos somos pecadores necesitados del perdón de Dios.
  5. Buscar la restauración: Sé proactivo en buscar la restauración y la reconciliación en tus relaciones personales y comunitarias. Busca oportunidades para sanar heridas y perdonar ofensas, demostrando el poder transformador del amor de Dios en acción.
  6. Orar con fervor y pasión: Dedica tiempo diario a la oración ferviente y apasionada, buscando la guía y el poder del Espíritu Santo en cada aspecto de tu vida. Ora por aquellos que están atrapados en el pecado, pidiendo por su liberación y transformación por el poder de Dios.
  7. Ser luz en la oscuridad: Sal de tu zona de confort y lleva el amor y la luz de Cristo a aquellos que están perdidos y en tinieblas. Sé intencional en buscar oportunidades para compartir el evangelio con valentía y convicción, confiando en que el Espíritu Santo abrirá puertas y transformará corazones.
  8. Vivir en victoria: Camina en la victoria que Cristo ha ganado por ti en la cruz, sabiendo que eres más que vencedor en Él. Rechaza cualquier condenación o culpa que el enemigo pueda intentar traer sobre ti, y vive en la libertad y el poder del Espíritu Santo cada día.

Espero que este mensaje te ayude a vivir una vida llena del fuego del Espíritu Santo, reflejando el amor, la verdad y el poder de Cristo en todo lo que hagas. ¡Que Dios te fortalezca y te capacite para vivir con valentía y pasión en su servicio!

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